Es muy fácil hablar de amor, y hablar del cariño que se le tiene a alguien. Lo complicado viene al querer expresarlo (en mi caso al menos).
Ayer una amiga hizo una cena por agradecimiento a los cuatro años de su carrera. Invitó a la mayoría de su familia y a los amigos que estuvieron en el proceso de estos años. Puso una mesa larga que apenas cabía y aún así cruzamos los dedos porque nadie se fuera a quedar sin lugar.
Para ella fueron años donde su resiliencia se puso a prueba, donde, golpe tras golpe, logró levantarse.
Nos agradeció a todos por haberla apoyado, por no dejarla sola en este proceso. Aunque, al menos de mi parte, el agradecimiento va hacia ella.
Antes de seguir, te platico un poco de ella.
Mary es una persona que muy pocas veces encuentras en la vida. A veces siento que me acabé la suerte con la que vine al mundo por conocerla.
Es una mujer dulce, con una capacidad impresionante para encontrar soluciones donde no parece que las hay.
Es muy graciosa, mejor que yo haciendo chistes por lo menos.
No se corrompe fácilmente; quizás puede dudar de ciertas decisiones pero sus creencias las tiene firmes. También es muy valiente. Eso es algo que admiro de ella.
Y otra cosa es que sabe elegir y conservar muy bien sus amistades. No hay persona que la conozca y no diga al final “es lindísima”.
Nos conocimos en la prepa, ella tenía su grupo de amigos, y yo el mío. Coincidíamos muy pocas veces, pero las veces que lo hacíamos aprovechábamos para las pláticas que uno hace para conocer a alguien a mejor. Ya después fuimos compartiendo risas.
Cuando nos graduamos de la prepa no nos volvimos a ver hasta que la vida nos puso en el mismo trabajo durante la pandemia. Y ahí empezó una amistad que ha aguantado silencios, kilómetros y años.
Verás, en ese momento ambas estábamos frágiles. Cada una era una capa de vidrio delgada, pero si nos juntabas resistíamos más. Había días que me iba a su casa solamente a llorar, porque ella era mi contención. Otros días ella iba a mi casa solamente a llorar. Esos días siempre terminaban en risas.
Yo sentía que ya llevaba años conociéndola, y aunque suene cliché, la empecé a considerar mi hermana de otra sangre.
Hace unos meses nos tomamos algo de distancia, porque tuvimos unos malentendidos que terminaron en dos o tres meses sin saber casi nada de la otra. Jamás habíamos tenido una discusión o algo que nos apartara como esta vez. Así que para mí, y creo que puedo hablar por ella, fue como un tsunami.
Un ola gigante de cosas no dichas vino y tumbó un hogar que nos tomó mucho tiempo formar. Quizás se pudo haber prevenido. Quizás pude haber sellado ventanas, sacado y resguardado cosas de valor, así era menor el impacto. Pero no fue así. Cuando terminó la ola, hubo silencio, un momento para limpiar escombros y reconstruir.
Intentamos arreglar las cosas en el momento, pero había una que otra frase que se lanzó causando resentimiento. Sabía que yo le había hecho daño a ella, pero yo no quería asumir esa culpa. Así que se alargó. Meses. Lo mucho que puede llegar a arruinar el orgullo es impresionante.
Aunque supongo a veces es necesaria una distancia para valorar a la gente.
Fue un momento duro para ambas. En mi cabeza no quería dar por perdida su amistad, eso significaba abandonar un hogar que aún guardaba cosas de valor.
Ella fue la que dio el primer paso para arreglar las cosas, como te dije antes, es muy valiente.
Nos fuimos a tomar un matcha. Se soltaron verdades, y pusimos todas las cartas sobre la mesa. Yo la veía y pensaba en todos los momentos que habíamos pasado y me decía a mí misma “no puedes ser tan tonta como para perder esta amistad”. Al final nuestro hogar se limpió lo más que se pudo. Rescatamos lo que sobrevivió, y lo que no, se tiró.
Aunque ahí no ocurrió el desenlace del malentendido. Nos tomó tiempo recuperar la confianza, volver a la normalidad, hablarnos como antes por mensaje. Pero como todo, lo bueno toma tiempo.
El desenlace ocurrió en la fiesta de graduación de su carrera. Cuando nos vimos nos abrazamos, y en mi mente yo le decía lo mucho que la extrañaba. Y yo sentí que me pudo escuchar. El lazo no se había roto por completo.
La vi bailar con sus papás en el vals y me solté llorando. Esos cuatro años fueron una odisea para ella. Pero ahí estaba, bailando en un hermoso vestido largo rosa con sus padres.
Terminamos la noche bailando muchísimo, y nos abrazamos varias veces. En un dos por tres todo se reconstruyó.
Hablo mucho del amor y desamor, pero la amistad que tengo con ella llegó antes que todo eso. Y se quedará después que todo eso.
Eso es todo por hoy.
Gracias por leerme,
Brenda.
Que bonita historia! Amo la forma con la que expresas el amor y el cariño que le tienes pese a la distancia y los errores. A veces, hacer todo lo que se pueda por limpiar esa casa que suponeis la una para la otra, aunque sea difícil, es la mejor decisión. Me alegro tanto por vosotras, fue precioso leerlo. Un abrazo <3
¡Qué hermoso, Brenda! "A veces siento que me acabé la suerte con la que vine al mundo por conocerla".